Fe en acción y confianza en quien servía, fue la que tuvo David cuando se enfrentó al gigante Goliat. Con aproximadamente unos 17 años, cinco piedras, pero con todo el poder, la unción y fortaleza de Dios pronunció: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos”. (1 Samuel 17:45-47).
Son tantos y tantos los que en el momento difícil no se amedrentaron, que si comienzo a mencionarlos, no termino. Estos hombres y mujeres tenían algo que los asemejaba y los distinguía aún en medio de multitudes. No era su fortaleza, ni inteligencia, tampoco eran sus influencias, mucho menos que fueran mejores que tú y que yo. Pero ellos habían tenido un encuentro tan personal con el Señor, ellos tenían una convicción tan profunda en el Dios a quien le servían y en quien creían, que sabían que él no los desampararía en ningún momento. Sabían que aunque tuvieran que enfrentarse a la noche más larga y oscura Su Redentor vivía. Esperaban ver Su gloria manifestarse en sus vidas. Sabían que no era con espada ni con ejércitos que se peleaban sus batallas, sino con el Santo Espíritu de Dios. Ellos persistieron en lo que habían aprendido, sabían que quienes confían en el Señor, no serán confundidos ni avergonzados. Conocían que su roca sólida y fuerte era el Rey de reyes y Señor de señores. Ellos usaron un lenguaje espiritual, tal vez ni siquiera se dieron cuenta, de lo que estaban haciendo. Pero como su dependencia provenía de Dios, hablaron y actuaron como hijos de Dios que eran.
"El que tenga oidos para oir que oiga"
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